07/04/2024 A LAS 08:55 H

Escalofriante final de temporada en la Cara Norte del Toneo

A las nueve de la mañana me dice Loli: ¡Está abriendo el día!, ¿vamos al puerto?. ¡Sí, hay que despedir la temporada!. Ayer, pronosticaron tiempo muy nuboso para hoy sábado, pero parece que el día nos quiere dar una alegría. Cuando salimos de casa a las doce de la mañana, amenazaban negros nubarrones y me resigno. Iremos a dar un paseo y volveremos pronto.

¡Sorpresa!. Al llegar a Cabañaquinta, el cielo se torna completamente azul y se ven las cumbres del Torres y el Valverde como dos torreones marcando el horizonte.

En esta zona, todos los esquiadores asturianos analizamos estos dos picos que son los catalizadores del estado de las pistas. ¿Que el Torres muestra grandes calveras?. Se fue mucha nieve. Cuando estos picos visten sus paredes de cincuenta, a sesenta grados de desnivel, con un grueso manto blanco, a los deportistas del “frío”, se nos dispara el pulso. ¿Quién tendrá el coraje de enfrentarse a ellos con un par de tablas?.

Entre curva y curva, llego a Collaínos. A la derecha veo el grandioso Toneo, con su corredor central de cincuenta y cinco a sesenta grados de pendiente, con muy poca nieve. El verano pasado lo subí hasta la cima justo por el centro. Tuve que ayudarme con el piolet en el último tramo, porque el valle tiraba de mí , como si fuera un poderoso imán.

Cuando uno va solo por estos sitios hay momentos de miedo. Miedo a sufrir un percance y quedarte atrapado en la montaña. Pero ésta, te camela, se deja conquistar y te atrapa para siempre.

De niño, cuando subía al Puerto, siempre me cautivó esa cumbre piramidal. Me daba vértigo verla desde Salencias, (no existía aun la estación de esquí). Me preguntaba cómo podía haber gente que se asomara desde su cumbre después de subir por la cara sur. Peor aun. Cómo podía haber gente que ascendiera el corredor norte en invierno. ¡Me causaba escalofríos solo el pensarlo!.

A medida que me acerco a la Raya, voy observando las condiciones de la nieve y lo angosto del descenso por la falta del blanco elemento.

El año pasado bajé esquiando los corredores de: Peñanevares, del Pico Cuerna, el corredor central del Agujas y la cara este del Toneo. En el verano, subí el corredor de la Norte del Toneo, para tantear mis posibilidades de cara al invierno y ver donde podía encontrarme con dificultades.

En la gran nevada de noviembre del dos mil uno, ascendí, al pico por la vertiente este, para llegar a la cumbre por el corredor de la misma cara. La nieve me llegaba a la rodilla. A media ladera, observé, a unos montañeros con esquís de travesía, acercarse a la cima, por la cara sur. Mientras otros bajaban por el mismo sitio, gozando de la pendiente. Por donde yo subía, no bajó nadie. Se necesita estar en buena forma y aunque en San Isidro hay mucho “nivel”, aquel no era el día de los aventureros. Al principio de la temporada la gente “amarra”.

La cara Sur del Toneo también ofrece un gran descenso.

Con mucho esfuerzo, llegué arriba y allí me encontré, con tres montañeros con sus tablas extralargas. Los saludé y me contestaron con algo de desconfianza o extrañeza, como pensando: “ Qué hará aquí este individuo, solo y con unos patines (snowblades) de 0,9 mts. cargados en la mochila, cuando todos venimos con esquís de 1,8 mts., equipados con ataduras de travesía o unas raquetas”. ¡Estará pirao!. Lo primero que hago es asomarme al corredor norte. La impresión me hizo recular un metro.

Me quité la mochila, bebí agua y estuve sacando fotos. ¡Esto no es para mí! (pensé). Los otros montañeros, se calzaron las tablas y se deslizaron por la vertiente sur como habían hecho todos los que hasta allí llegaron aquella mañana.

Después de un buen rato y repuesto del susto, decidí bajar por el corredor de la cara este, por donde había subido. Con los primeros giros, se formó una pequeña avalancha y baje flotando sobre ella. Un pequeño alud y un gran disfrute. ¡Sí!, pero, la Norte, es la Norte. Es otro cantar, solo para los “grandes”. Recordando todo ésto, llego a Salencias. No hay nadie.

Mientras continuo a Cebolledo, pienso en la bajada del sábado anterior por el corredor de la zona de Requejines. Un corredor de unos cuatrocientos metros, con cincuenta grados, mantenidos hasta prácticamente el final.

Este año no se fue de “balde”, pero no pude con la Norte del Toneo, y la temporada se acaba mañana. Llego a la estación. ¡Sorpresa!. Solo veinte coches en el parking y las pistas para dieciocho personas. Me pongo el equipo y ¡a gozar!, del sol y la nieve. Bajo tres veces por el Cebolledo y cuando estoy llegando a la parte alta de la estación, (solo funciona la cuatriplaza), veo a los ocho pirados que adelanté el sábado pasado subiendo a Peñanevares. Ellos se habían quedado en el corredor del Cuerna y yo seguí cresteando hacia el corredor más duro de la zona de Requejines.

Están subiendo los corredores que hay detrás del telesilla, formando dos grupos. Me dan ganas de ir tras ellos. Descarto esta idea y decido bajar, para remontar andando al cordal entre Riopinos y la Solana. Una vez allí, decido dar un paseo por las crestas en dirección del Toneo. Según voy subiendo, observo las dos filas de esquiadores llegando a los cordales de Peñanevares. Trato de adivinar la ruta de bajada que van a tomar. Intuyo que van a por el Agujas.

No me equivoco. Veinte minutos después, los veo asomar por el corredor central que forman los dos picos. Yo ya estoy llegando a la cumbre del Toneo, por la cara sur. Tomaré nota de las partes mas delicadas para intentarlo la próxima temporada.

Vista del descenso desde lo alto del Pico Toneo.

Me asomo al corredor oeste, y me da miedo. ¡Si éste impone, el norte, indispone!. Hago cumbre y me “asomo”. Rechazo total. Imposible. Solo para locos y encima con muchas rocas por la escasez de nieve en los pasos más estrechos, allí abajo. Vuelvo la mirada al Agujas y veo al primer “kamikace” asomarse al vacío. Muchas dudas y se echan atrás. Por fin después de quince minutos, el primero de ellos se decide.

En ese tiempo yo hice tres intentos y tres rechazos mayúsculos, por mi Norte. Veo dificultades por todas partes. El corredor empieza con 55º, y se crece hasta los 60º. No tengo a nadie que me anime y para desanimarme, me basto solo. ¿Qué puede ocurrir, si me caigo?. Bajar hasta el fondo sin parar, siempre que una roca no me ensarte en una de sus afiladas puntas.

Esta cara, vista desde arriba es como la boca de un “ gran tiburón blanco”, con sus fauces abiertas y sus colmillos relucientes esperando a tragarse la presa. Si entro por aquí y doy el primer giro, tengo que seguir encadenando hasta la mitad como mínimo; porque si me paro estoy perdido.

¡Nada, vuelvo a recular!. ¡Esto es muy duro!. ¡Me sobrelleva!. ¡Arrebato!. ¡Coño!, ¿quién me metió aquí?. ¡Ya no hay vuelta atrás.!

Tengo mi parte masculina atascada en la garganta. Primer giro, buena sensación; pero las piernas me tiemblan, la cosa se pone fea y como ya no tiene remedio, lucho por mantenerme en pie encadenando un giro tras otro. Busco la máxima pendiente: parte central del corredor. Me acerco a los 60º, pero ya nada me importa solo busco que mi huella, quede perfecta.

Después de los primeros cien metros, me desvío a la izquierda, para enfrentarme a la pendiente más fuerte, que está situada bajo una enorme roca. No me atrevo a mirar ni arriba ni abajo. Me concentro en los ocho metros que tengo por delante. En esta zona, hace dos años, se desplomó una cordada de cinco montañeros, cincuenta metros ladera abajo; teniendo que ser evacuados por un helicóptero, al Hospital General de Asturias.

La nieve se va conmigo. Le da miedo quedarse en esta pared y me acompaña vertiente abajo. Trato de luchar con ella, para que no me arrastre, pero se obstina en seguirme. Me envuelve los patines y tengo que modificar la postura natural de descenso, para que éstos, puedan flotar y que sobresalgan las pequeñas espátulas. No consigo sacar fuera de la nieve los minúsculos esquís y de nuevo me veo obligado a modificar la técnica.

Pedro Sánchez en pleno descenso por La Solana.

Comienzo un macabro ballet. Esquío primero con una tabla para luego saltar sobre la otra. De esta manera salgo del apuro. Pienso en las fotos tan bonitas que se pueden hacer aquí, pero no encuentro sitio para quitarme la mochila.

Delante de mí hay un paso de unos doscientos metros, con una anchura de dos metros y con 45º, de desnivel. Aquí, no se puede pasar con esquís normales. Yo sabía que los “patines”, son la mejor solución a grandes problemas. Me temía que algo de esto, iba a ocurrir. Mis temores eran ciertos. ¡Atención máxima!. Un error me puede dejar clavado en uno de estos dientes de sílex.

Encadeno giros muy cortos y puntillosamente precisos. Las piernas ya no me tiemblan. La confianza en mí técnica ha superado barreras. Pierre Tardivel, Patrick Vallençant, Sylvain Saudan, Heini Holzer, André Tournier y tantos otros dioses, de lo extremo, ya no están tan lejos de mí.

En mi imaginación veo su espalda cargada con sus mochilas y creo que con un poco de esfuerzo, podría acercarme más a ellos. (Siempre estarán, a mil años luz).

Ahí delante tengo el último paso delicado. Cruzo la garganta que forman dos grandes rocas y luego salgo a una empinada pista que me lleva al valle de Salencias. Aquí los giros ya son de “ chulería”. Con grandes “tumbadas”. Mi ego se dispara y saco pecho, por el gran logro.

Al llegar abajo me vuelvo. Ya sabía lo que iba a ver. ¡Una gran pared!, y una huella perfecta.

Me quito la mochila y los patines. Los clavo en forma de aspa y me arrodillo ante ellos, para darle las gracias a la montaña; por perdonarme la vida. Luego saco la foto de rigor.

Este ha sido un día perfecto, grandioso y que nunca olvidaré. Me queda una gran pateada hasta la estación, monte a través, con las botas de esquiar, pero después de esto, ¡todo, es nada!.

Reportaje elaborado por Pedro Sánchez, veterano esquiador habitual de San Isidro.

El Corredor Norte del Toneo es una ruta de dificultad máxima para esquiadores de técnica y nivel experto. Recomendamos no hacer esta ruta sin el nivel adecuado.

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